Admirable Niño de Atocha,
incomparables son tus maravillas,
candidísimo Niño,
yo te saludo y te adoro.
Yo te alabo y te ofrezco
estos tres Padres nuestros
y Ave Marías con Gloria Patri,
en memoria de aquella séptima jornada
que hiciste a la ciudad santa de Jerusalén,
en las entrañas purísimas
de tu querida Madre
que te servian de palacio y habitación
donde despues de tu crecida edad
obraste los misterios de la Redención
y a donde se le presentaron
a tu Madre María Santísima,
al pasar por aquellas calles
las nuevas jornadas
que habias de hacer en ellas,
de tribunal en tribunal
y las jornadas tan malas
que habias de hallar en aquellos pretorios,
porque en una de aquellas casas
habías de ser aprisionado
y en una de sus plazas
habías de ser atormentado
con cinco mil azotes
y en cuya representacion eran sus ojos
fuentes de lágrimas.